El refrito se refríe constantemente a cada pedalera, rellenando el cojín del sillín del ciclista de isquiones cansados por los baches, que han ido cociendo los culines saltarines por la gran intensidad, que se desploman y se desloman creyendo alcanzar las estrellas como astronautas extraterrestres.
Cada cual tiene en la carrera su ídolo supremo, jugándose las posaderas en el fuego lento de los adoquines y los cambios de rasante, esperando llegar con fuerzas al estrecho paso de un Arenberg selectivo, adecentado por expertas cabras que desayunaron todo tipo de matojos, sembrando sus desechos inconfundibles el ascenso odioso, que dejará en entredicho la preparación física de las muchas estrellas ciclistas del pelotón.
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